
Crónica para tabloide/boletín de La Cruz Roja Peruana
Curso: Taller de Introducción a las Comunicaciones
Fecha: 2004
El Infierno Comercial
Es sábado 29 de diciembre de 2001 y Pedro Maco, un hombre de baja estatura, corta visión y escaso cabello cano; nuevo director de socorros de la Cruz Roja, se encuentra en su casa viendo televisión con su familia. Una llamada a su celular de parte de un compañero socorrista lo altera, al igual que un flash informativo que interrumpe su programa favorito; hace unos instantes se inició fuego en Mesa Redonda. En la primera información que se da no se precisa la magnitud de la situación. Son las diez de la noche y Pedro ya se encuentra en el lugar del incendio, pero los bomberos no dejan que la Cruz Roja intervenga con ningún tipo de ayuda. A Pedro y a los socorristas voluntarios de la Cruz Roja no les queda más que esperar, esperar con paciencia a poder participar en las labores de rescate. Mientras, ansiosos, observan las llamas de fuego que tiñen el aire de negro.
Pedro ya movilizó a todas sus unidades socorristas y éstas, como él, aguardan que se les necesite, viendo las nubes de humo que cubrían poco a poco el cielo, en ese momento no eran conscientes de que estaban presenciando el más devorador incendio que se haya visto en nuestra ciudad. La zona de la torre de alta tensión es en la que el fuego alcanza una temperatura infernal de mil grados centígrados. Las pobres víctimas que por desgracia quedaron atrapadas ahí, no saldrán vivos, es más, ni siquiera podrán encontrar sus cuerpos cuando las llamas logren extinguirse, sólo habrá pilas de cenizas de restos humanos. Pedro se siente impotente al ver que los bomberos tratan de extinguir las voraces llamas que parecían tragar vivo todo Mesa Redonda, y el no puede ni está permitido de hacer algo para ayudar. El noble y de ancha frente, señor Maco, con mirada confusa y de desesperación, aclara que los bomberos no permiten que los demás socorristas combinen sus fuerzas para liberar a los inocentes prisioneros de Satán.
Las llamas fueron vencidas después de largas e interminables horas de agonía y desesperante lucha por salvar la vida de miles de personas atrapadas en un recalcitrante infierno comercial. Ahora Pedro debe apoyar con sus voluntarios en la labor de la búsqueda de cadáveres, uno de sus amigos y compañero de la Cruz Roja, había implementado una brigada de perros de rescate hacía pocos días atrás, pero a éstos no se les permite buscar entre los restos, el aún ardiente desmonte quemaría sus delicadas patas y dañaría el sensible y potente olfato de estos canes. Gente incompleta, completamente chamuscada como carbón se encontraba entre lo que en un momento fue un amplísimo centro comercial. Pedro queda estupefacto al ver que entre unos restos se encontraba una madre abrazada de su pequeño bebé; qué espanto al presenciar el momento en que los separaban y los incinerados brazos de la madre, se despedazaban en cuanto halaban a la inocente criatura que se cobijaba entre éstos. Mientras recuerda, Pedro se cruza de brazos y baja la mirada, como queriendo confortarse del dolor que aún sufre por lo visto y vivido.
Aunque Pedro ya está bastante conmocionado con lo que observa a su alrededor, sabe que hay una tarea peor aún, la de supervisar a todos los voluntarios a su cargo, quienes previamente fueron preparados psicológicamente para poder realizar una labor que hasta el día de hoy, se dice que fue la más dura labor que jamás se pudo realizar: la muestra y reconocimiento de los calcinados y consumidos cadáveres. Era un crimen ver desfilar a los familiares observando los cadáveres de sus seres queridos, cadáveres que nunca aparecieron y nunca aparecerán; desesperanzados, como si estuvieran condenados, o peor aún, era un calvario viviente; después de que todavía no se había concluido el recojo de restos humanos. Ésta emocionalmente fuerte misión se extendía por días enteros, comenzando con el 31 de diciembre, dos días después de que comenzara el incendio, continuó hasta el 3 de enero. Mientras que la gran mayoría de limeños festejaba año nuevo en alguna fiesta aristocrática, y se recuperaban de la noche de alcohol durante los primeros días del año 2002. Pedro pasaba cuatro días de continua depresión y luto desfilando sin cesar por las tres salas que había en la morgue, salas por las cuales ni siquiera los más preparados de los voluntarios de la Cruz Roja podían enfrentar.
Pedro Maco, una persona de apariencia humilde y semblanza de hombre trabajador, ha sido testigo de una masacre que le ha dejado un trauma que todavía le cuesta sobrellevar. Nunca olvidará los cuerpos calcinados de 287 inocentes personas, que por descuido de ellas mismas, tuvieron una trágica y ardiente muerte durante un sábado de verano.

Crónica - Juegos Florales
Fecha: 2005
Sin título
Mientras escribo con la vista nublada por las lágrimas que no dejan de acariciar con insistencia mi cara, pienso en todo lo que puedo decir de él, de aquella persona que me recibió al mundo como hija suya y que me crió en su casa como tal. Aquella persona que; sin quitarle mérito a mi madre, me dio una corona cuando lo único que pedía era un biberón. Aquella persona que siempre compartía sus días de jubilación conmigo, llevándome al jardín de niños, luego al kindergarten y esperaba conmigo la movilidad en la puerta de mi casa cuando comencé a ir al colegio. Aquella persona que ilumina mi mente y por la que he decidido seguir viviendo cada uno de los días que me queda; y vivirlos con la misma pasión con la que él vivió su vida.
Hace ocho, ya casi nueve años que por aquellos hechos fortuitos de la vida en los que se cierran y abren puertas, se abrió una puerta para nunca más cerrarse. Él yacía en el suelo frío, muy calmado, me pedía que lo ayudara, pero por mas que intentaba, mis fuerzas no eran tantas, el corazón se me deshacía viéndolo encogido sobre el piso de parquet, estaba inmóvil y muy tranquilo, casi parecía que sabía que iba a ocurrir y por eso no se inquietaba. Yo no podía levantarlo, yo gritaba por ayuda pero nadie aparecía, los segundos se hicieron años y una eternidad pasó ante mí mientras yo intentaba e intentaba, pero sin poder levantarlo. Siempre escuché decir que en momentos de crisis, uno cobra grandísima fuerza, pero no fue así…estaba debilitándome por cada segundo que pasaba de verlo en su lecho.
Hace ocho, ya casi nueve años, se encontraba escribiendo, recordando su niñez. ¿Qué tanto puede relatar un viejecito de sus épocas, en las que jugaban fútbol con pelotas de trapo? Lo que recordaba lo escribía en su máquina de escribir; a mí siempre me dejaba escribir en esa vetusta máquina, jugábamos a que yo era su secretaria y me dictaba cada una de las líneas de los contratos que redactaba como buen abogado que era. Era una de esas de las primeras que aparecieron, ni siquiera era eléctrica. Y aun puedo escuchar el sonido de cada una de las teclas cuando las presionaba, era una sinfonía; una sinfonía compuesta por una sola nota, pero como todo lo que él hacía con ese vejestorio de máquina, era su genialidad plasmada en “tac-tac-tacs”.
Todas las tardes a las seis, oía sin falla el Ángelus y no jugaba conmigo sino hasta que su única hora de religión al día terminase. Claro que mi hora de juego no era otra cosa sino un papel “bulky” doblado mitad en el que dibujaba con un lapicero azul. Me sentaba en uno de los sillones viejos de tapiz de lana de su oficina en el primer piso de la casa, siempre me sentaba en el mismo, el que estaba junto a la ventana para poder ver el jardín; y me daba una de esas mesitas que vienen de tres (una grande, una mediana y una chiquita), siempre me daba la más chiquita. Yo dibujaba todo lo que él pedía ver. Unas veces era una casita en el campo, otras era un barquito en el medio del mar. Desde luego que primero vería las casitas en el campo dibujadas por mi pequeñísima mano en ese entonces y luego la vería flotando en el espacio de su habitación, dibujadas por la demencia senil que comenzaba a apoderarse de su mente; conjuntamente con la colaboración de los medicamentos para combatir la mortal enfermedad papal. Ahora, su endeble cuerpo deteriorado por esa enfermedad que desde hace décadas se adueña de su ser, sigue un proceso de recuperación desde su última estadía de varios meses en una “lujosa” habitación en cuidados intensivos.
Sé que él fue siempre feliz, en aquellas épocas de guayaberas hasta el atardecer y de los domingos de las chicas del can, que siempre vivirán en su memoria y en la mía, como todos los días en los que disfrutaba de su jubilación y de la buena, aunque terminante vejez; acompañando ocasionalmente sus almuerzos con una cerveza bien fría en uno de esos vasos de colección de bar que tenía con borde dorado.
Fue él quien me inculcó el gusto por el tango, noche tras noche ponía mis piecitos sobre los suyos y me abrazaba de su cintura mientras me enseñaba a bailar aunque con un muy antiguo y no solo conservador, sino inocente estilo, tarareaba las tonadas que mas disfrutó él en su juventud cuando las tocaban en los clubes sociales y fiestas de salón en Arequipa. Ha sido el primer y único hombre que me enseñó a bailar y que me inculcó la afición y pasión por el inmortal baile de burdeles porteños.
La infinita profundidad en su mirada, me agoto de ver toda la experiencia en sus ojos, todos esos momentos; los que vivió, los que atestiguó y de los que fue protagonista principal en la propia obra de su magnánima vida. Es la más cruda forma en la que la inspiración llega reencarnada a mis manos.
Siento y sé que lo único que puede seguir alimentándolo no es una sonda en el ya reducido y flácido estómago que durante tantos años quemó con sandía con anís, quesitos de mazapán y toffees de La Ibérica. Lo único que puede alimentar, es alimentar mi propia hambre de letras, palabras y versos. Aquellos versos que solía recitarle a una criatura de unos cuantos años, con la esperanza de que algún día fuera digna de decir que la sangre que le corre por las venas, es de esa persona que todo le enseñó, y no la sangre de su progenitor.
Ahora me encuentro sentada junto a su cama, él duerme, parece un niño con ese gorrito tejido de dralón, analizo cada facción suya en ese ya anciano rostro, aunque no tiene muchas arrugas ni canas, ni tampoco muchas vellosidades desagradables que crecen en lugares extraños cuando ya se llega al anochecer de la vida. Observo con detenimiento sus párpados, puedo ver que está soñando; de seguro que recuerda algunos de los juicios en los que participó, o una de las sesiones a la que asistió cuando era vocal de la Corte Suprema; esas cosas le encantaban, gozaba como un niño en sus épocas de trabajo. Sé que disfrutó cada minuto de su vida como abogado. Todas las noches escucho echada en mi cama cómo llama en sueños a los que fueron sus compañeros en su estudio de abogados en Arequipa. Escucho nombres que siempre oí nombrar cuando era aun muy pequeña pero nunca tuvieron mucho sentido, es más, ahora excepto para él, tienen sentido. Sueña, tal vez está recordando su vida como solía ser, tendrá que recordar que no sólo llegó más allá de los límites que se había trazado en la vida, sino que, soy feliz al estar segura que gozó al máximo sus aventuras ilegales y los clandestinos besos con la fogosa joven, rebelde sin causa que hasta ahora llama su “novia”, su compañera de cuarto, su media naranja, su rosa blanquita en verano con manitos pecosas por el sol.
No sabría decir qué fue lo que me hizo quererlo tanto, no se si es que lo esté idolatrando más de lo que se puede idolatrar al mismo Dios, no se si mi amor haya llegado a algún punto enfermizo, o si es que él fue mi amor platónico de la infancia, no sé porqué es que ansío tanto regresar el tiempo para poder evitar abrir esa puerta que nunca se podrá cerrar. He llegado al punto en que mi amor por él traspasa lo límites comprensibles por mi capacidad de análisis y raciocinio; y hasta la capacidad de la misma raza humana.
Sé que eventualmente llegará el día en que tenga que despedirme de él, pero no me puedo imaginar cómo será ese día. Siempre trato de dibujar el futuro para poder estar preparada para tanto dolor del que mi alma será participe, pero no creo que entre
algún amanecer y un atardecer, salga el sol en el ocaso de mi alma y alguien pueda amenguar ese tan punzante dolor que sentiré en el medio de mi órgano vital, cuando él parta hacia la luz brillante que lo guiará a la absoluta tranquilidad.
Despierta, me mira como si tuviera un millón de cosas que decirme, pero pareciera que no sabe qué decir primero. Paso mi mano fría por su cara tibia. Cuando acerco mi mano a su cara, cierra los ojos. Puedo sentir cómo le ha crecido la barba durante el día. Pasa saliva, pareciera que quiere decirme algo:
-Cerca-
-No entiendo lo que dices papapa,- acerco mi oído a su boca.
-Acércate más,- cierra los ojos y pone los labios como piquito y descifro lo que intenta decirme.
Me acerco y me da un beso, es como si fuera una de las pocas ilusiones que vive a estas alturas bajas de su vida. Hace un gesto con los labios, como si en verdad fuera placentero, un alivio el poder dar un beso.
Lo observo, son las líneas alrededor de sus ojos las que parecieran que dibujan todas sus sonrisas; su sonrisa de alivio al dejar de sentir dolor en sus rodillas; su sonrisa cuando me ve entrar en su habitación; su sonrisa cuando le cuento sobre cada uno de mis días en la universidad. Siempre me ofrece su ayuda para estudiar para mis exámenes. Es como si pudiera retroceder en el tiempo solo por unos segundos, y recuerdo cuando yo misma le pedía ayuda para hacer mis tareas del colegio; él siempre sabía todas las respuestas a todas las preguntas que le hacía, era una fuente infinita e inagotable de conocimientos y sentimientos. Ahora que lo contemplo es todo lo que fue, pero como un libro cerrado y puesto en un estante desde hace años y que
se llena de larvas de polillas y ácaros que se comen pedazos valiosos, atravesando todas las páginas y capítulos de su vida, de una sola vez. Él ya no es el mismo desde hace ocho años. Hace ocho años que su imagen quedó congelada en mi alma, porque ahí es donde se quedará, permanecerá intacto en la más profunda esencia de mi ser, aún cuando dentro de algunos años, su cuerpo esté siendo devorado por voraces animales.
Me inclino para darle un beso, su olor es diferente, huele a neonatal, a crema para prevenir las escaldaduras causadas por los pañales geriátricos; y a shampoo de manzanilla, a crema de afeitar y “aftershave”; a Old Spice; y a mi abuelito. Es casi profético ver cómo el sol ilumina solo un extremo de la habitación. Siempre el sol calienta la cama de su hasta ahora novia, esposa, ex amante y enfermera, pero nunca es suficiente para iluminar su cama y entibiarle los pies, que ahora nos vemos forzados a vendar debido a la escasa circulación de sangre en su organismo provocada por la inmovilidad, desde hace ya ocho años.
Es una pena que yo no tenga cosas maravillosas como tú para contar, tú que solo te sientas y escribes arte, escribes sobre toda tu vida, una vida de héroe y aventurero; de poeta y conquistador; de esposo fiel y padre. Yo en cambio no tengo tantas aventuras que contar, pues la realidad es que muchas experiencias como las tuyas, no he vivido. Pero ahora comienzo una nueva aventura al escribir del hombre que inspiró mi vida, y me hizo ser así. Todas las cosas simples y pequeñas de la vida las aprendí de él, fue por él que escribo de la forma en que lo hago, con el alma en la punta del lápiz, fue por
él que todo lo leo con el corazón. Soy lo que soy por él, creo en lo que digo por él.
Y por eso cada vez que te recuerde, recordaré de aquel cuento que escribiste para mí, y me lo contabas todas las noches después de arroparme, un cuento bastante absurdo ahora que lo pienso bien, pero fue por ese cuento que tuve los más dulces sueños en mi niñez…y ahora queda grabado en mi piel el calor de tus manos en mi cara cuando no podía dormir y en mis oídos el sonido tan tranquilizante de tu voz, narrando, como buen narrador que eras, el cuento de El pajarito que se quemó la patita.

Cuento con 9 palabras al azar
Fecha: 2007
El vacío de un día y de una vida
Estoy en el sofá de mi casa frente a la tele, pero no soy suficientemente valiente para prenderla y ver las noticias. Si hay algo que detesto, es una vida llena de sincronicidades; y ver las noticias es tan solo una parte de la monotonía de mis días.
Me desanimo; ya no quiero ver tele; estoy estática mirando hacia el vacío y pienso en descargar la música de mi PC a mi ipod, pero eso también forma parte de la hipocresía y banalidad de la sociedad en la que tengo la mala suerte de vivir. Ahora creo que preferiría salir a caminar para ver a las viejitas del asilo que está a una cuadra de mi casa, mientras pasean a sus shit-zu en el parque; en lugar de analizar las trivialidades de mis anocheceres y amaneceres.
Sí, ahora sí tengo muchas ganas de salir, pero recibo una llamada por teléfono. Es mi vieja, y ahora tengo que quedarme en la casa hasta que mi madrecita regrese del trabajo, para no dejar la casa vacía. Desde la vez que entraron a la casa a robar, un domingo que acompañé a mi vieja a oír misa; ella está traumada con dejar la casa sin vigilancia.
Mi mamacita...esa es otra historia más larga. Hay días en los que ni siquiera regresa a la casa y aparece algún tiempo después. Ella dice que se queda ayudando a su jefe. Piensa que soy una tarada y que no sé que lo que verdaderamente hace es ayudarlo a que su mujer se quiera divorciar de él y llevarse la cuatro por cuatro y el depa de la playa.
No me gusta pensar en mi vieja, prefiero olvidarme de ella y ser egoísta, pensar en mí, en lo que quiero. Ahora quiero salir y no puedo. Siempre me pongo de mal humor cuando no salgo cuando quiero. Alguien tendrá que soportar mi mal humor; si es que tengo la suerte de que alguien decida regresar a la casa el día de hoy.
No me queda otra opción que prepararme algo de comer. Creo que habían sobrado unas lonjas de pavo del almuerzo de ayer. Para variar me he dado cuenta de que paso mi tiempo comiendo cuando no tengo algo más productivo que hacer. Me he reducido a ser una chica que era de contextura delgada, a ser una especie de estropajo con unos kilitos demás en las zonas del cuerpo donde más se notan y que escucha música de Sgt. Pepper’s lonely Hearts Club Band mientras se prepara comida con sobras de días anteriores. Caigo en la misma monotonía en la que detesto vivir y de la que trato de huir.
